sábado, 4 de julio de 2015

Yo, solo... te echo de menos.

No te imaginas cuántas veces me sentí insuficiente para ti, cuántas veces me pregunté por qué estabas en mi vida, qué era lo que había hecho para merecerme algo tan, tan bueno.
No te imaginas la de momentos que pasé encerrada en mi cuarto pensando en cómo hacer para que no te fueras de mi vida. Es curioso porque cuando te tenía conmigo me sentía como que siempre merecías a alguien mejor, aunque tú dijeses que no. Llegué a joderla, a hacerte ver una parte de mí que no era, a portarme como una auténtica capuya porque, de verdad, sentía que no te merecías a alguien tan mediocre y despreciable, tan insegura y miedica como yo.
Recuerdo que lloré, lloré mucho. Lloré tu ausencia y que yo fuese la única culpable de ella. Lloré no ser suficiente para alguien como tú, no ser suficiente para hacer a alguien tan increíble feliz. Lloré mi falta de fuerza de voluntad para cambiar, para ser mejor por ti y para ti. Lloré el no tener a nadie conmigo que, como tú hacías a diario, me dijese que valía la pena, que era demasiado perfecta y que cualquier cuerdo se volvería loco por mí.

Nadie más ha vuelto a confiar en mí. Nadie ha vuelto a decirme que mi sonrisa cambiaría el mundo, nadie ha vuelto a decirme que mis ojos le gritaban mil cosas y le encantaba dedicar sus días a descifrarlos, nadie ha vuelto a hablar de los labios tan besables que tengo. Y, es que, aunque no te creyese, me encantaba que alguien tan especial como tú hablase de alguien como yo y más si era para decir lo que nadie decía. Sí, eso era, lo que nadie decía ni ha vuelto a decir.

En fin, que lo siento. Que siento no haber sido suficiente para merecerte y haber podido ser felices. Yo, solo... te echo de menos.

viernes, 3 de julio de 2015

Pienso mucho en ti.

Me apetecía volver aquí a escupir un poco de mi veneno.
Últimamente pienso mucho en ti, ¿sabes? Pienso en todo lo que llegamos a hablar, poco a poco, hurgando sin prisas en nosotros mismos. No he dejado de pensar en las veces que me decías que no era nada, que podríamos superar eso juntos. Al final, simplemente, no pudimos ni cruzar una línea juntos y, joder, qué triste que todo tuviese que acabar.
Al final nos hicimos polvo, nos hicimos mierda, nos hicimos de todo menos sanarnos. No te valió la pena recomponer este corazón hecho en mil pedazos, no te compensaba rehacerlo.
Aún me siento en ese parque en el que te vi sonreír con tus amigos. No te imaginas la vida que me daba esa sonrisa tuya de todo va genial. Sigo aquí, en ese maldito parque que me enseñó a querer unos ojos como los tuyos, esperando a que aparezcas girando esa esquina y que me digas que no me destroce con estos cigarrillos que me quitan segundos de días que no pasaremos juntos. Ya no volverás a preocuparte por si tengo segundos de más o de menos.
Aún escucho las canciones que me recomendaste en aquellos momentos esperando cualquier mensaje subliminal que me indique que vayas a volver.
Aquí sigo, escribiendo como me dijiste que no dejara de hacer, a las cuatro y media de la mañana de un día cualquiera de verano. ¿Sabes? He hecho más historias y eso que lo dejé abandonado cuando te fuiste porque mi lector favorito ya no quería leerme. También he hecho una especie de desahogo como si hablase contigo o como si fueses a leerme como antes. Solo... te echo de menos.
Quizás, ya sabes, esto es el destino caprichoso del que hablábamos muchos sábados por la noche. El destino tenía que traerme a alguien como tú, alguien que me hiciese creer un poco más en mi misma e hiciese que viese las cosas de otra manera, el amor de otra manera. Supongo que por eso me siento agradecida, me has hecho ver las cosas de una manera completamente distinta y, joder, no sabes cuánto te agradezco eso nuestro que tuvimos, esos momentos, esas charlas, esas sonrisas cómplices por los pasillos del instituto. Aun sin estar a mi lado, estabas.

Ojalá no hubieras tenido que irte nunca.

Alguien que te echa terriblemente de menos.