martes, 3 de junio de 2014

Como el invierno.

Ella era tan fría como el mismo invierno. Al mirarla a los ojos podías ver como algunos días no salía el sol, otros llovia, y mucho, y otros días... más le valía no haberlos vivido nunca. Cuando la mirabas podías ver que era una persona fría y ardiente a la vez, capaz de volver loco al más cuerdo. No hacía falta que abriese la boca para que te dieses cuenta de que a ella le pesaban los ojos por una gran carga y, al poco de conocerla, podías entender que esa carga era de ignorarse a ella misma por valorar a los demás.


Podía disimular muy bien lo feliz que era pero sabía que al llegar a casa siempre le faltaría ese alguien que le dijese: '¿qué tal tu día?'. Disimular con un no me hace falta eso no era suficiente.


Ella era distinta. Lo suficientemente distinta para valorar hasta el más mínimo detalle, como que alguien le dedique unos miseros minutos de su día.


Si la llamas por la mañana sabrás que adora la música y siempre se levanta con buen pie. Si lo haces por la noche sabrás que no tiene buenas noches prácticamente nunca. Si la llamas durante el día sabrás que vale la pena, porque jamás le falta una sonrisa que dedicarle a nadie.



Pero, al final del día hace balance y sabe perfectamente que tiene que ser fría, porque si no lo es la destrozarán, más si es posible.


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